lunes, 18 de enero de 2010

Istanbul entre Europa y Asia

Todas las ciudades del mundo tienen su rincón, un color, un aroma, un recuerdo ligado siempre a los ojos del que las mira, un puente entre dos continentes, y cuya sola mención trae a la memoria aquellas clases de Historia en las que la ensoñación ganaba casi siempre la batalla a los nombres, las fechas o los accidentes geográficos.


Bizancio o Constantinopla o Estambul -cada denominación ha sido utilizado durante siglos- uno encuentra exactamente lo que está buscando, y si tiene en mente misterio o romanticismo, las mezquitas, bazares, baños y callejones se encargarán de satisfacer todos sus deseos.


La estampa más inolvidable es la del ‘Cuerno de Oro’, un brazo de mar que se adentra en la orilla europea, llamado así porque los últimos rayos del sol se reflejan sobre la superficie del agua y parecen arrancar chispas, cosa que no hemos podido disfrutar, el sol no ha hecho acto de presencia, sólo la lluvia y la nieve han sido nuestras compañeras.


El cauce ha sido durante siglos la principal vía de comunicación de la ciudad y su barrera defensiva, y esto en un lugar que ha pasado por las manos de griegos, romanos, bárbaros de toda especie, bizantinos y otomanos, es decir mucho.


Hasta la conquista por Mehmet II, una cadena de hierro cruzaba la corriente de orilla a orilla, uniendo las actuales Punta del Serrallo y Sultanahmet con el barrio de Beyoglu, y haciendo imposible el paso de las naves con que los invasores trataron una y otra vez de tomar al asalto la ciudad.


Los ecos de la batalla se apagaron hace ya tiempo, y en la actualidad son las sirenas de los ferrys y los buques mercantes procedentes de Ucrania, Georgia o el Mediterráneo los que recuerdan que el puerto de Emynonu es y ha sido siempre el punto neurálgico de la ciudad.


Es la postal más típica de Estambul, flanqueado de mezquitas, pescaderías al aire libre, bazares, mercados de especias y restaurantes como los del puente de Gálata, donde disfrutar de un levrek (róbalo) al horno mientras la corriente se desliza bajo las mesas y el muecín llama a la oración desde el alminar de Rustem Pasá.


Santa Sofía, durante siglos la mayor iglesia de la Cristiandad. Construida en el s.VI por el emperador Justiniano, Mehmet II la convirtió en mezquita cuando conquistó la ciudad en 1453. El templo es de una belleza abrumadora, que contrasta con la pesadez de los muros y contrafuertes que sujetan la cúpula. La nave central, dominada por tondos de madera con inscripciones caligráficas sarracenas, muestra todavía el mihrab que marca La Meca y hacia donde se volvían los fieles antes de que el edificio se convirtiera en museo; el mimbar o púlpito desde donde se dirigía la oración; la logia, donde el sultán seguía la ceremonia del rezo, oculto entre celosías a las miradas indiscretas.


Lo que hace única a ‘Aya Sofya’, como la llaman los turcos, son los mosaicos que cubren las paredes, ocultos en tiempos de la dominación árabe por la prohibición expresa del Profeta de reproducir la figura humana. El Pantocrator, Justiniano, Constantino, San Juan Bautista, la Virgen, el arcángel Gabriel... Una crónica precisa del cristianismo sobre fondo dorado que recorre ábsides y muros.



A sus espaldas, colgado entre el Estrecho del Bósforo y el Mar de Mármara, se levanta el mítico Topkapi, el palacio otomano sinónimo de lujo y de belleza. El recinto contiene un sinfín de rincones sugerentes, caso del harén o del diván donde se reunían los ministros del sultán; o la galería que guarda piezas sagradas como la espada de Saladino. Eso sin contar el Museo de los Relojes o el Tesoro, la meca de cualquier ladrón de guante blanco, con tronos de oro, dagas cubiertas de rubíes y esmeraldas, broches de ensueño, armaduras de fantasía...


De nuevo en el exterior, se impone un paseo por Sultanahmet, el núcleo de la antigua ciudad romana de Constantinopla. El circo, el hipódromo, los palacios y las villas desaparecieron hace ya tiempo, pero nadie -salvo algún arqueólogo- los echa en falta. La explanada encierra tesoros como los baños de Roxelana, la cisterna subterránea sostenida sobre centenares de columnas,donde hemos podido disfrutar de un concierto, el obelisco egipcio y, sobre todo, la Mezquita Azul. Llamada así por el color de sus azulejos, es una joya rodeada de seis minaretes, raro privilegio que sólo tiene La Meca y que fue en su día motivo de agrias polémicas.


A quince minutos a pie se levanta otro lugar ineludible de Estambul: el Gran Bazar, un mercado cubierto atravesado por un laberinto de calles, que alberga centenares de tiendas donde es posible encontrar literalmente de todo. Desde joyerías, tiendas de ropa, alfombras, lámparas, artesanía, souvenirs, juegos de mesa, cafeterías y artículos religiosos -lo mismo cristianos que musulmanes, el negocio es el negocio- ; hasta alimentación, especias o electrodomésticos.


Ocupa una superficie tan descomunal que han hecho falta varios siglos y otros tantos sultanes para acabar de darle la forma que tiene en la actualidad. Cuando uno cruza cualquiera de sus puertas, se zambulle en una corriente humana que lo arrastra y zarandea por kilómetros de callejuelas. Saldrá al exterior por cualquier sitio distinto a por donde entró, desorientado, exhausto... y satisfecho.


De vuelta en la calle, las posibilidades son infinitas. Las mezquitas se suceden una tras otra, a cada cual más interesante. La de Soliman el Magnífico, la Nueva, Rustem Pasá, Eyup... La ciudad conserva los restos de un acueducto construido en tiempos de Constantino y que abastecía a la ciudad romana, que creció hasta alcanzar el millón de habitantes -hoy la habitan 18 millones, muchos de ellos desparramados por el lado asiático- y que llegó a estar blindada por tres murallas.

Claudia y unas simpáticas turcas que nos mostraron el camino cuando estábamos perdidos

Claudia limpiándose los pies como buena musulmana... jejeje

el cambio de religión le dio superpoderes

2 comentarios:

  1. Una fotoredacción muy sobresaliente empañada por la frase "solo la lluvia y nieve asido nuestra compañera", que ahí te dejo para tu meditación ortográfica.

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  2. error subsanado, si ves mas fallos te envio a tu telefono las contraseñas para que puedas subsanorlos tu que mi dislexia me juega malas pasadas...jejeje

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